Llovía, ¿por qué ahora? Salí corriendo y me tapé la cabeza con el maletín. Me temblaba todo el cuerpo. Sabía esa sensación, no era nueva en absoluto, y menos era por el frío. La razón era la misma que hace unos meses. Era por ella.
Me refugié debajo de un sauce, no uno cualquiera. Era nuestro árbol. Allí todas las mañanas de verano nos habíamos tumbado y charlado alegremente. Sí, lo recuerdo perfectamente. Podía imaginarme la escena como si nada. Ella y yo, solos en aquel lugar, sentados y recostados contra la corteza de ese árbol al cual estaba ahora mismo apoyado.
El agua me recorría toda la cara. Había tormenta. Sentí cada gota recorrer mi rostro como si fuesen caricias frías y gélidas. Quizás fuese lo último que me quedaba de ella: recordar el último día a su lado cada vez que cayese tormenta.
No pude evitar dejar caer el maletín al suelo, mi traje estaba empapado y yo me limité a seguir allí de pie. Las escenas a su lado no paraban de pasar rápidamente por mi mente, hasta acabar con el chirrido de unas gomas de neumático y caerme de rodillas en aquel césped totalmente encharcado. Tuve ganas soltarlo todo, de gritarle al mundo mi injusticia, ya que… ¿cómo iba a seguir así? ¿Cómo iba a seguir adelante? Me habían arrebatado a todo lo que tenía. Todo, porque era lo único que me hacía levantarme con ganas de vivir el día a día alegremente.
Desde aquel suceso odio los días de tormenta, los días catorce y san Valentín. Lo recuerdo de tal manera, que podría describir hasta el más mínimo detalle:
Fue un catorce de Octubre del año pasado. Un día en el que me había levantado con una sonrisa dibujada en el rostro, sabía que tendría un día prometedor a su lado, porque habíamos quedado de hacer algo distinto y especial.
La llamé:
-¿Sí?
Alguien había descolgado el teléfono. Era su voz. No se por qué me imaginé que sonreía.
-Sonia. -Musité -¿Cómo hacemos para quedar?
-No te preocupes, yo te llamaré cuando esté lista, ¿entendido?
Rió pícaramente. Yo sonreí tímidamente. Éramos polos opuestos.
Me quedé en casa haciendo trabajos y demás. Pensando en dejar todo listo hasta que llegase el gran momento, ¿Qué sorpresa me estaría guardando? Cada vez que me planteaba esa cuestión, no podía evitar desconcentrarme. Y el hecho de volver a ponerme a trabajar me costaba cada vez más, ¿Qué era ese dolor en el estómago? Tan ansioso estaba por verla y disfrutar de su compañía que así me sentía: nervioso, ansioso y lo más importante: plenamente feliz.
Ahora me doy cuenta de que echo de menos esa sensación. ¡Quién me diese volver a ser un hombre alimentado por ilusiones y por ansias de vivir! ¿Por qué cuando somos felices la vida no nos deja poder disfrutar un poco más de ella? Un segundo puede cambiar tu vida derepente, en un instante. Y ese es el momento en el que te das cuenta, qué es tu vida para ti. Para mí lo es ella, esté o no esté aquí.
Cuando recibí la llamada que tanto esperaba apreté rápidamente la tecla.
-¿Sí?
-¡Pedro! ¡Es espantoso!
Creo que nunca me había sentido tan confuso en mi vida, ¿Por qué me estaba hablando una mujer gritando y llorando? ¿Qué ocurría?
-Perdone, creo que se ha equivocado de número…
Algo me decía que no era cierto, ¿acaso era una casualidad que me llamase por mi nombre?
-No…-La mujer intentó tranquilizarse y siguió- Soy yo, Ana, la madre de Sonia.
Creo que nunca había sentido un escalofrío tan amplio recorrer todo mi cuerpo. Sentí que me envolvía y que me un soplo de aire me helaba por dentro. Mis articulaciones temblaban tanto que me dolían.
No hablé. No fui capaz.
-¡Mi hija!-Lanzó un sollozo- ¡Ha muerto! ¡Oh dios mío, dime que no es cierto! ¿Por qué Pedro, por qué?
La sangre se me heló. Creí que me iba a morir. Me acaban de dar la peor noticia de mi vida. Y lo peor es que el pánico me tenía atrapado. Seguí sin hablar, y las lágrimas caían de mi rostro sin apenas pestañear. Estaba serio, como un ser frío reaccionaría ante un suceso así. Pero no era así, los ojos hablaban por mí. Eses ojos que brillaban por ella, estaban ahogándose de dolor y melancolía.
-¿Qué paso?-Por fin hablé.
-Un accidente, ¡es horrible!
-¿Un accidente, de qué?
-¡De coche!-tragó saliva- ¡Si la hubieses visto hoy! Estaba toda ilusionada… Y ahora… y ahora…La mujer seguía llorando. Por fin comencé a pensar. Y preferí haberme quedado anonadado el resto de mi vida, porque en ese instante comprendí que no habría otra oportunidad por volver a oír su voz pegada contra mi oreja. Y que había muerto porque había salido por un motivo concreto. Ese motivo era yo.
Apreté mis puños fuertemente. Ella no volvería. No volvería a sentir el calor de sus abrazos cuando me abrazaba. Me levanté del escritorio y fui directo a mi mesilla, sujeté su foto. Salía sonriendo y yo a su lado. Entonces la apreté contra mi pecho. No sé si fue casualidad, pero me sentí mejor y ese pánico fue desapareciendo poco a poco. En aquella foto éramos felices. Intentaría serlo solo por ella.
Beatriz Alonso
1 comentario:
Me encantó la historia... casi me hace llorar y todo, en serio. Muy buen trabajo!
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