Otro Relato: ¡Esto se anima!

Este relato es de la autoría de Marta Alonso. A ver si cunde el ejemplo.

Era una tarde lluviosa y fría, la típica tarde de invierno, donde lo único que apetece es quedarse en casa enrollado en una manta y viendo una de las películas de navidad que están echando en ese momento en la televisión.
Esto sería lo que cualquier persona haría, pero Javier no era así, a él le gustaba salir, ir a dar una vuelta con sus amigos o echar unas partiditas al billar, por lo que. ¿Por qué esa tarde no? Si era una de tantas. Se vistió, se abrigó y salió a la calle en busca de diversión.
Cuándo ya llevaba media hora caminando sobre la lluvia se dio cuenta de que alguien le seguía, y comenzó a acelerar su paso; mientras tanto, miles de imágenes le iban pasando por la cabeza, una tras otra sin detenerse en ningún momento. De repente, se paró en seco, miró con los ojos bien abiertos a su alrededor, no sabía donde se encontraba, estaba en una calle desconocida, miró en todas las direcciones, no había nadie a su alrededor, solo unos cuantos edificios en ruinas, y una parada de bus por la que hacía años que ya no pasaba ninguna línea. Javier atemorizado intentó recordar el camino por el que había venido y en ese preciso instante escuchó un gritó. Una voz masculina, grave y llena de ira, se giró buscando el lugar de donde provenía esa voz y en es preciso instante vio como un hombre alto y corpulento se abalanzaba sobre él, intentó correr, pero su cuerpo se quedó paralizando, sus músculos se quedaron tensos como piedras, no era capaz de mover sus articulaciones, estaba paralizado. Alzó la mirada intentando buscar los ojos del hombre, que le estaba mirando con una sonrisa. En ese momento Javier se desplomó sobre el suelo debido a toda la tensión, miedo y sufrimiento acumulado en su débil y frágil cuerpo.
Se despertó en una cama mullida, y la habitación estaba iluminada por una luz blanca e impregnada por un olor peculiar, dirigió su mirada hacia un sofá que había en el fondo de la habitación, ahí estaba su madre descansando, ella no parecía preocupada, se intentó incorporar y llamó a su madre con un fino hilo de voz, esta se giró hacia él y le sonrió. Entonces Javier le comenzó a bombardear con una serie de preguntas, cada una de ellas con menos sentido que la anterior. La madre, con paciencia le relató lo ocurrido, Javier en ningún momento se había perdido. Sino que se había adentrado en las viejas naves abandonadas que estaban siendo empleadas en el rodaje de una película. Y ese hombre que se había acercado a Javier no era más que el director y que debido a lo sucedido y a todas las molestias causadas le había invitado a acabar de ver el rodaje de la película.Javier se dio cuenta de que la mente le había jugado una mala pasada, no todo es lo que parece.

La imaginación no tiene límites…y ¡FELIZ NAVIDAD a todos!

Fdo: Marta Alonso.

1 comentario:

Beatriz Alonso dijo...

Llovía, ¿por qué ahora? Salí corriendo y me tapé la cabeza con el maletín. Me temblaba todo el cuerpo. Sabía esa sensación, no era nueva en absoluto, y menos era por el frío. La razón era la misma que hace unos meses. Era por ella.

Me refugié debajo de un sauce, no uno cualquiera. Era nuestro árbol. Allí todas las mañanas de veranos nos habíamos tumbado y charlado alegremente. Sí, lo recuerdo perfectamente. Podía imaginarme la escena como si nada. Ella y yo, solos en aquel lugar, sentados y recostados contra la corteza de ese árbol al cual estaba ahora mismo apoyado.
El agua me recorría toda la cara. Había tormenta. Sentí cada gota recorrer mi rostro como si fuesen caricias frías y gélidas. Quizás fuese lo último que me quedaba de ella: recordar el último día a su lado cada vez que cayese tormenta.
No pude evitar dejar caer el maletín al suelo, mi traje estaba empapado y yo me limité a seguir allí de pie. Las escenas a su lado no paraban de pasar rápidamente por mi mente, hasta acabar con el chirrido de unas gomas de neumático y caerme de rodillas en aquel césped totalmente encharcado. Tuve ganas soltarlo todo, de gritarle al mundo mi injusticia, ya que… ¿cómo iba a seguir así? ¿Cómo iba a seguir adelante? Me habían arrebatado a todo lo que tenía. Todo, porque era lo único que me hacía levantarme con ganas de vivir el día a día alegremente.
Desde aquel suceso odio los días de tormenta, los días catorce y san Valentín. Lo recuerdo de tal manera, que podría describir hasta el más mínimo detalle:

Fue un catorce de Octubre del año pasado. Un día en el que me había levantado con una sonrisa dibujada en el rostro, sabía que tendría un día prometedor a su lado, porque habíamos quedado de hacer algo distinto y especial.
La llamé:
--¿Sí?
Alguien había descolgado el teléfono. Era su voz. No se porqué me imaginé que sonreía.
--Sonia-Musité-¿Cómo hacemos para quedar?
--No te preocupes, yo te llamaré cuando este lista, ¿entendido?
Rió pícaramente. Yo sonreí tímidamente. Éramos polos opuestos.

Me quedé en casa haciendo trabajos y demás. Pensando en dejar todo listo hasta que llegase el gran momento, ¿Qué sorpresa me estaría guardando? Cada vez que me planteaba esa cuestión, no podía evitar desconcentrarme. Y el hecho de volver a ponerme a trabajar me costaba cada vez más, ¿Qué era ese dolor en el estómago? Tan ansioso estaba por verla y disfrutar de su compañía que así me sentía: nervioso, ansioso y lo más importante: plenamente feliz.

Ahora me doy cuenta de que hecho de menos esa sensación. ¡Quién me diese volver a ser un hombre alimentado por ilusiones y por ansias de vivir! ¿Por qué cuando somos felices la vida no nos deja poder disfrutar un poco más de ella? Un segundo puede cambiar tu vida derepente, en un instante. Y ese es el momento en el que te das cuenta, qué es tu vida para ti. Para mí lo es ella, esté o no esté aquí.

Cuando recibí la llamada que tanto esperaba apreté rápidamente la tecla.
--¿Sí?
--¡Pedro! ¡Es espantoso!
Creo que nunca me había sentido tan confuso en mi vida, ¿Por qué me estaba hablando una mujer gritando y llorando? ¿Qué ocurría?
--Perdone, creo que se ha equivocado de número…
Algo me decía que no era cierto, ¿acaso era una casualidad que me llamase por mi nombre?
--No…-La mujer intentó tranquilizarse y siguió- Soy yo, Ana, la madre de Sonia.
Creo que nunca había sentido un escalofrío tan amplio recorrer todo mi cuerpo. Sentí que me envolvía y que me un soplo de aire me helaba por dentro. Mis articulaciones temblaban tanto que me dolían.
No hablé. No fui capaz.
--¡Mi hija!-Lanzó un sollozo- ¡Ha muerto! ¡Oh dios mío, dime que no es cierto! ¿Por qué Pedro, por qué?
La sangre se me heló. Creí que me iba a morir. Me acaban de dar la peor noticia de mi vida. Y lo peor es que el pánico me tenía atrapado. Seguí sin hablar, y las lágrimas caían de mi rostro sin apenas pestañear. Estaba serio, como un ser frío reaccionaría ante un suceso así. Pero no era así, los ojos hablaban por mí. Eses ojos que brillaban por ella, estaban ahogándose de dolor y melancolía.
--¿Qué paso?-Por fin hablé.
--Un accidente, ¡es horrible!
--¿Un accidente, de qué?
--¡De coche!-tragó saliva- ¡Si la hubieses visto hoy! Estaba toda ilusionada… Y ahora… y ahora…
La mujer seguía llorando. Por fin comencé a pensar. Y preferí haberme quedado anonadado el resto de mi vida, porque en ese instante comprendí que no habría otra oportunidad por volver a oír su voz pegada contra mi oreja. Y que había muerto porque había salido por un motivo concreto. Ese motivo era yo.
Apreté mis puños fuertemente. Ella no volvería. No volvería a sentir el calor de sus abrazos cuando me abrazaba. Me levanté del escritorio y fui directo a mi mesilla, sujeté su foto. Salía sonriendo y yo a su lado. Entonces la apreté contra mi pecho. No sé si fue casualidad, pero me sentí mejor y ese pánico fue desapareciendo poco a poco. En aquella foto éramos felices. Intentaría serlo solo por ella.

Beatriz Alonso.