Virginia Zúñiga de 1º de Bachillerato se ha animado a publicar un relato.



Capítulo 1. Dulce comienzo

Es bueno soñar… soñar con lo que vas a poder ser dentro de unos años, soñar con cosas bonitas por las noches, soñar con realizar algo... soñar es maravilloso. O eso pensaba yo...

Cuando era pequeña soñaba como cualquier niño pequeño con lo que iba hacer de mi vida en un futuro. Naturalmente no me iba a preocupar en ese momento por la economía, problemas, o engaños que pudiese sufrir en un futuro. Mi vida era simple, demasiado simple; mi único trabajo era jugar, comer, reír, divertirme y… soñar. ¿Qué soñaba? Soñaba con cosas tiernas, dulces… soñaba con una hermosa familia, con hijos a los que cuidar y un esposo al que yo atendería con todo el amor del mundo y al que amaría hasta la muerte, en ese tiempo es muy fácil, pero también es muy pura la palabra “amor”. Así crecí, soñando con una y otra cosa, pero siempre soñando…

Mis padres nunca me impidieron el hacerlo. Al contrario, me alentaban a pensar siempre en cosas positivas, en ver lo bueno de la vida. Mis padres… las mejores personas que yo he conocido en mi vida, que aunque fue poco… ellos eran para mí los mejores padres del mundo, sólo que de tanto que me querían nunca me enseñaron que a veces, por más que queramos ver el lado positivo de las cosas no lo hay… por mas que intentemos y queramos pensar que las cosas están bien no lo están, y tenemos que recuperarnos de eso, porque puede ser terrible no hacerlo. Recuerdo que mi madre era preciosa, se dedicaba a cuidarme y a cuidar de la casa y de mi padre en cuerpo y alma, siempre tenía una sonrisa para todos aunque estuviera muy cansada. Mi padre era el mejor amigo que pude tener: llegaba del trabajo y jugaba conmigo un buen rato. Se entretenía contándome cuentos y siempre me escuchaba atentamente cuando le contaba que mi muñeca Mirle se había ensuciado por culpa de un pastel de chocolate que se había comido… o que su gemela, Merle, debería de tener otro vestido porque a veces me confunden. Daba igual, yo para él siempre fui su princesa.

El día de mi cumpleaños me extraño que mis padres no me felicitaran juntos, los años anteriores siempre lo habían hecho ambos dándome un fuerte y cariñoso abrazo haciéndome “sándwich”. Mi padre entro solo a mi recamará abrazándome fuertemente como si no me hubiera visto en muchos años, después de hacerlo saco de el bolsillo de su pantalón una cajita de terciopelo negro y me la entrego, la abrí despacio y me sorprendí cuando vi que era una cadena de plata con un dije en forma de estrella de ocho picos hecho de cristal y plata, parecía como si hubiera bajado una estrella del cielo y me la estuviera regalando. Sonrió al ver mi expresión de alegría y me coloco la cadena, dijo que me quedaba muy bien, que la había mandado a hacer para mí… que era un diseño único en el mundo. Después salió de ahí para irse a su trabajo, pero no oí que se despidiera de mamá… a lo mejor sólo era mi imaginación. Al bajar encontré a mi mamá en la cocina, estaba secando un par de lagrimas con un pañuelo mientras ponía una sexta velita en el pastel, al ver que yo estaba allí inmediatamente se dio la vuelta con el pastel de chocolate en sus manos y me sonrió. Me dijo que sus lágrimas eran de alegría… me abrazó como lo había hecho mi padre, y me felicitó susurrándome al oído cuanto me amaba, después encendió las velitas del pastel y yo las apague no sin antes pedir un deseo, después me dio una caja grande con un gran lazo rojo. La abrí rápidamente tratando de adivinar que era lo que contenía y me encontré con una hermosa muñeca de porcelana Tenía ojos color esmeralda que contrastaban con su vestido en color sangre hecho de seda y encajes, con cabello castaño oscuro rizado que caía gracilmente por su espalda hasta llegar a la altura de sus delicadas manitas. La llamé inmediatamente Akari.

Tras desayunar con mi mamá subí a mi habitación para jugar con mis tres muñecas, Mirle, Merle y Akari, las convertí en amigas y me inventé mil aventuras con ellas hasta que se anocheció, quise encender la luz y me di cuenta que el foco no se prendía. Salí de mi habitación y encontré a mi madre repartiendo velas por toda la casa; se había ido la luz. La casa se veía algo nostálgica con la luz de las velas, la madera de los pisos, paredes y techo brillaban extrañamente pero de una forma muy bella, con un deje bohemio. En ese momento llego mi padre, dejo su saco en el perchero, me dio un beso y se metió en su recamara sin tomarle atención a mi madre, después ella cambio su rostro alegre por un rostro aun mas triste, apenas me pudo dar un beso cuando también se metió en su habitación, tal vez ella y papá ese día estaban muy cansados… Por mi parte tome una de las velas del pasillo y me metí nuevamente en mi cuarto, abrí la ventana y me acosté rodeada de mis tres muñecas. Dormí tranquila y profundamente… tal vez dormí como nunca lo había hecho… ¡maldita sea porque me dormí así! ¿¡Por qué!? Cuando desperté… cuando desperté mis muñecas no estaban, ni mi cama… ni mi cuarto, tenia una aguja enterrada en mi brazo, y estaba recostada en una camilla entre gritos de personas y enfermeras que me rodeaban…

Virginia Zúñiga

2 comentarios:

Unknown dijo...

Día por Capítulos, Historias por Años.
Una de tantas y poco conocidas…

Hoy, nueve de la mañana del día trece de enero.
Es un día lluvioso, como otro cualquiera. Me visto mis vaqueros ceñidos, me pongo un jersey gordito con el que no pasaré frío en todo el día y me enfundo en mis Katiuscas, listas para pisar charcos, pero antes de salir de casa me tomo una magdalena recién hecha y le doy un beso a mi madre como señal de agradecimiento.
No hay nada más que abrir los ojos y mojarte la cara para ver el maravilloso día que hace, los árboles verdes, la hierba creciendo alrededor de las pequeñas flores que aún sobreviven al duro invierno y las gotas de agua que van cayendo lentamente por mi cara, mientras me voy despertando antes de subirme de nuevo en el autobús escolar dispuesta a empezar un nuevo día. Me subo al autobús, busco con los ojos un asiento libre al lado de alguna ventana, me siento, cojo mi libro y me pongo a leer, sin preocuparme de la gente que me rodea, me quedo absorta en la historia, siendo yo aquel pirata que surca los mares y atraca a la buena gente, sin importarle sus nombres y centrando su pensamiento en el ron y en los tesoros. Empiezo a escuchar de nuevo voces a mí alrededor, y de repente, silencio. Me doy cuenta de que el autobús ya ha recorrido su trayecto y de que ya estoy en el colegio, recojo apresuradamente todas mis cosas y bajo corriendo del autobús para no llegar tarde a clase. Nada más entrar, libero mis brazos, tirando todas las mis pertenencias sobre la mesa, y me siento e intento leer un poco más antes de que llegue la profesora a clase y comience la rutina.
Toca el timbre, mis compañeros van entrando progresivamente en la clase, uno detrás de otro, como una cadena de hormigas obreras cuya única función es trabajar para una reina, la profesora. Carmen entra en clase, yo me apresuro a recoger todas las cosas de la mesa y quitar mis apuntes de historia del Renacimiento. La mañana se me pasa sin darme cuenta y cuando empiezo a ser consciente de lo que estamos dando en clase de biología ya toca el timbre final que nos indica que volvemos a ser libres y todos salen corriendo en manada. Yo, por el contrario, me lo tomo con más calma, ya que hoy mi madre me va a venir a buscar al instituto porque tengo que ir hasta la ciudad a por algún material y mamá además tiene que hacer algunos recados.
Preciosa historia, ¿verdad? Pena que no sea cierta, ya que yo simplemente soy una niña delante de un ordenador y con una imaginación infinita, puesto que soñar es libre, ¿no?

Mi vida es poco interesante y se podría resumir en días delante de un ordenador y horas para los libro. Es increíble como poco a poco las cosas van evolucionando, cambiando y nadie se molesta en preguntarse que es lo que dejamos atrás. Un día sin darme cuanta comencé a escribir este relato, uno de tantos que empiezo y que no llego a acabar. Cada vez los niños pequeños tienen menos imaginación y los adultos menos memoria, si perdemos aquellos que nos hace ser conscientes de lo que somos, ¿Qué seremos? Difícil pregunta, verdad.
Os voy a contar mi vida de la manera en la que yo la vivo y en la forma en la que el mundo me ve…
Todo cambia. Tu también.

Álvaro dijo...

Llego a casa agotado de haber trabajado tanto en el colegio y dejo las cosas encima de mi gran escritorio para poder ir a tomar la merienda que tanto me esperaba y me encuentr con el televisivo de mi hermano viendo la televisión y yo como siempre le pregunto que si la puede apagar, en este caso también lo hice, pero ni giró la cabeza para hablarme, si no que se quedo callado y no dio ni un respiro, le apagé la televisión y ahí reacciono y me preguntó que por qué le había apagado la televisión y yo le respondí que porque el no me había respondido a la pregunta se enfado y en vez de pegarme fue a decirselo a mi madre, terminé de merendar rápido y me fui a mi cuarto para que no pudiesen entrar poniendo como escusa que estaba estudiando para el examen de mañana, que por cierto, el siguiente día tenía un examen, de geografía, aunque mi madre no entró y pasó de mi hermano. Pasé toda la tarde metido en mi cuarto estudiando, pero cuando me fuí a duchar me dí cuenta de que si le preguntaba a mi madre si podía subir a jugar al ping pong, ella no tendría ninguna escusa para decirme que no podía porque ya había terminado los deberes, se lo pregunté y me dejó subir pidiendome que no me peleara con mi hermano, pero siempre que le ganó reacciona de esa forma, y así fue, entonces en la cena me empezó a dar patadas por debajo de la mesa, pero mi madre se lo impidió retirandole el plato y levandolo a la cama, terminé de cenar y repasé un poco los apuntes en la cama, pero me quedé dormido.